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Maritain, para Humanizar la Globalización


Héctor Casanueva
(Master en Integración. Actual embajador de Chile ante la Asociación Latinoamericana de Integración, ALADI)

Este ensayo forma parte del libro 'Vigencia de Maritain', editado por el propio Embajador Casanueva y publicado en Chile para conmemorar el trigésimo aniversario de la muerte de Jacques Maritain. Abril, 2003.

El primer y más radical problema que plantea la globalización liberal en que hemos entrado, es su falta de respuesta integral a los problemas básicos de la existencia humana. No obstante, se nos presenta como una cosmovisión que pretende, desde una de las dimensiones de la vida - la economía - resolver la totalidad de las necesidades humanas, tarea imposible y por lo tanto fuente de sucesivas y acumulativas frustraciones sociales que llevan un curso de colisión con el sistema.

Es cierto que el proceso se basa no sólo en la expansión del mercado, sino también en la democracia. Pero ésta queda amagada por la fuerza desmedida que ha adquirido el mercado en detrimento de la sociedad política y su institucionalidad más concreta, el Estado, ya que entonces la democracia, al carecer de la capacidad efectiva de arbitraje y de cautela del bien común a través de un Estado musculoso, se reduce a lo electoral y a la vigencia, muchas veces atenuada desde el poder económico, de ciertas libertades básicas que sin embargo no todos, en el hecho, pueden ejercer. Y a esto se añade que el debilitamiento del Estado y de la política, en aras de la libertad económica, genera el vacío de poder compensatorio de las desigualdades e inequidades que el propio sistema liberal produce.
Las angustias existenciales que están acompañando a la globalización en nuestros países y en el mundo no sólo tienen que ver con la economía y el comercio. No sólo se trata de la materialidad de la vida, sino también del vacío existencial que se apodera de millones de personas, especialmente de los jóvenes, porque la respuesta debe ser, ante todo, política y cultural, y como tal, remite a una dimensión ética, como lo han planteado tantas veces, desde hace más de un siglo, las encíclicas sociales, el magisterio de la Iglesia y los filósofos cristianos.
En la misma línea de reflexión del Sumo Pontífice y de los obispos latinoamericanos, desde la Democracia Cristiana chilena se está planteando la necesidad de “humanizar la globalización”. Es una posición transformadora, que se debe traducir en propuestas concretas, y que apunta a la raíz de la insatisfacción de extensos sectores sociales. Significa, nada menos, que la construcción de un nuevo orden, una nueva sociedad que a nivel local y global genere las condiciones para la vigencia de un “humanismo integral”.
Pero el relativismo y la confusión valórica son una característica del mundo actual, que atenta contra ideas integrales, contra la visión de largo plazo y la vivencia “heroica” del humanismo. Por eso, al releer a Maritain, que escribió y luchó por sus ideales en un contexto de perfilamientos concretos de sociedades fuertemente condicionadas culturalmente por el materialismo, su pensamiento y su llamado a la superación del individualismo y el colectivismo se proyectan sobre el Siglo XXI, y viene muy al caso en momentos en los que la Humanidad está entrando en una nueva era, cuyos parámetros no están aún definidos, pero que las fuerzas que conducen la globalización van dirigiendo hacia un tipo de sociedad que desde el punto de vista del humanismo cristiano es incompatible con la dignidad esencial y el desarrollo integral de la persona. Es decir, lo mismo que observaba Maritain en las primeras décadas del siglo pasado: una progresiva exclusión social, la preeminencia del individuo por sobre la comunidad y el arrinconamiento del espíritu por el avance de la materialidad consumista.
América Latina es un ejemplo de ello: a pesar de la apertura, del crecimiento de los 90 y de cuadruplicar su comercio, han aumentado la pobreza absoluta y la brecha de ingresos, y aparecido nuevas patologías sociales incluso en los grupos más beneficiados económicamente por el modelo.
Los altos grados de insatisfacción por la persistencia de la pobreza, las desigualdades y la falta de oportunidades anulan lo que es más central del pensamiento cristiano: la realización plena y armónica de la persona en sus dimensiones espiritual y material. Ante estas evidencias ¿puede el cristiano, y el humanista en general conformarse con esta situación? ¿Es compatible la visión humanista-cristiana con el tipo de sociedad que hoy predomina? ¿Es la única posible?
Las carencias son las mismas hoy que ayer, cuando Maritain elaboró su filosofía política, sólo que ahora se globalizan y homegenizan. ¿Por qué razón los políticos cristianos, y los cristianos en general, debiéramos aceptar que el fracaso del marxismo implique también el abandono de toda otra utopía, incluso la propia? ¿Son el capitalismo y el liberalismo la única opción más cercana al humanismo?
Dice Maritain, en su obra Humanismo Integral: «La condenación que lanza el cristiano a la sociedad moderna es, en realidad, más grave que la condenación comunista o socialista, puesto que lo amenazado por esta civilización no es sólo el bienestar terrenal de la comunidad, sino también la vida del alma, el destino espiritual de la persona».
Ante esto, sólo cabe al cristiano una conducta: comprometerse en la transformación de este específico sistema. Pero ésta, como el propio Maritain lo señala, «es tarea ardua, paradójica y heroica: no hay humanismo de la tibieza». El compromiso con la transformación implica una dosis de heroísmo, una persistencia difícil de mantener en medio de la proliferación envolvente y casi irresistible del materialismo, el hedonismo y la inmediatez.
Hay que pensar, por ejemplo, cómo la austeridad - que no es per se contradictoria con la posesión de bienes materiales, sino con el exceso y el abuso de ellos - ya no se asocia necesariamente con una virtud, sino que en extensos círculos sociales se asimila más bien a una despreciable menor entidad social de quien la practica. La pobreza del lenguaje, el abandono del propio léxico, la reducción del pensamiento a una repetición de máximas y lugares comunes televisivos se van haciendo consustanciales al tipo de sociedad que estamos viviendo y a la que nos estamos acomodando.La pregunta que podríamos formular desde Maritain es: ¿y una vez acomodados todos a esto, a la dualidad socioeconómica y a la ausencia de un impulso trascendente, qué sigue? No es sostenible en el tiempo. Ni la exclusión es sostenible, ni la pobreza espiritual es asumible en el largo plazo. Lo que viene es la represión de los materialmente insatisfechos y la náusea, el vacío interior, de los satisfechos. Muchos ya lo sienten, pero no saben cómo revertir las cosas, ni cuál es el paradigma de reemplazo, y en ello radica la tarea y el desafío de nuestro compromiso político.
Esto vale tanto para nosotros como para Europa y cualquiera de las sociedades de consumo. Dice Maritain respecto al modelo sustitutorio por el que abogaba: «Es ante todo comunitario, en el sentido de que el fin propio y especificador de la ciudad y de la civilización es un bien común diferente de la simple suma de los bienes individuales, y superior a los intereses del individuo en cuanto éste es parte del todo social ( ... ). Pero además, y por ello mismo, este bien común temporal no es fin último. Está ordenado al bien intemporal de la persona, a la conquista de su perfección y de su libertad espiritual». Hablamos de la sociedad comunitaria, es decir, de una sociedad pluralista e integrada, orientada a satisfacer las necesidades materiales de la vida tanto como favorecer el ejercicio de la libertad creadora que genera las condiciones para el crecimiento espiritual del ser humano.
Este es un «ideal histórico concreto» - o sea, realizable, a diferencia de la utopía, por naturaleza inalcanzable - que no rechaza la libertad económica ni el mercado como asignador de recursos, pero que a la vez se orienta políticamente hacia la equidad social mediante una acción efectiva de la política, y del Estado como garante del bien común.
Para quienes siguen el pensamiento maritainiano en su acción política, los elementos diferenciadores con respecto a otras opciones radican tanto en las metas como en los medios. Del mismo modo que sus metas tienen que ver con la creación de una sociedad comunitaria, los medios deben ser aquellos «ordenados al fin», y en cierto modo, «el fin mismo en curso de realización». No es lo mismo, por lo tanto, y no serán iguales las leyes, ni los actos administrativos del Estado, ni las decisiones de los organismos internacionales según se crea que el mercado asigna neutralmente todos los recursos, que si se piensa que requiere una orientación en beneficio de los menos favorecidos. 0 si se piensa en una democracia sólo electoral, que si se piensa en ella como un sistema de participación pluralista que trasciende la pura mecánica del poder. Todas estas son cuestiones enormemente vigentes hoy en Chile y el mundo. La tarea es aún más compleja que en los años en que escribía Maritain, puesto que en aquella época había una clara dicotomía, rechazable por igual desde el humanismo cristiano, con dos sistemas en pugna que se disputaban la primacía histórica. Hoy, el desafío es otro y mayor: al haber prevalecido un solo sistema, se hace aparecer como algo evidente que al caer el comunismo ha habido una especie de triunfo del bien sobre el mal. ¿Cómo se puede luchar contra una evidencia como ésta sin confundirse con una suerte de nostalgia o anacronismo, que puede ser presentado interesadamente como una vuelta al pasado o una revalorización de lo que la historia ha desechado? ¿Cómo luchar contra un supuesto «bien absoluto» aceptado como tal sin reservas, aunque sabemos, a la luz de los principios y de los hechos, que la construcción social que se está haciendo planetaria está destinada, si no cambia, [1] al colapso espiritual y material?
Corresponde tomar distancia, salir de la lógica pragmática y situarse en la lógica de los valores. Y desde esa perspectiva, convocar a una tarea trascendente en la que se juega el destino de la humanidad. Dice Maritain: «El cristiano consciente de estas cosas deberá también abordar la acción social y política... para trabajar por la transformación del “orden temporal».
¿Cómo trabajar y comprometerse en esta tarea? ¿Con qué medios, y fundamentalmente, con qué “ética de fines y medios”? A este respecto no está de más dar una nueva mirada a lo planteado por Maritain en “El hombre y el Estado” como “el problema básico de la filosofía política” [2], materia que debería ser objeto de especial atención de todos, pero especialmente al interior de la Democracia Cristiana, tributaria del pensamiento maritainiano original que inspiró a nuestro partido desde su fundación.
En esta línea de pensamiento, podemos decir que hay tres cuestiones esenciales a considerar en la acción de los partidos: una, que la razón y el fin primordial de la existencia de una agrupación política es procurar el bien común de la sociedad toda, debe trascender a los representados, responder a ellos pero no agotarse en ellos. ¿Cómo se concilia esto con la defensa legítima de sectores que son objeto de una preferente preocupación de un partido político, como por ejemplo la propia DC, que nació a la vida nacional para defender y promover especialmente a las capas populares y medias bajo una concepción socialcristiana? Aquí nos situamos en un tema central: la armonización de posiciones, el diálogo, la transacción superior, o sea, trabajar con y para otros sectores de la sociedad desde la propia concepción doctrinaria.

Esto nos lleva a la segunda cuestión: la acción política utiliza determinados medios y procedimientos que deben ser proporcionados y adecuados al fin. Por eso la odiosidad y la diatriba, la violencia verbal, abierta o encubierta, que contribuyen al enfrentamiento y la crispación, que se han hecho característicos de una cierta forma de hacer política, son un atentado al bien común colectivo o partidario en la medida que no contribuyen a ese trabajo de “civilización y cultura” como lo llama Maritain. Como tampoco lo es el aprovechamiento de posiciones de poder, en cualquier ámbito, público o privado, para el propio y exclusivo beneficio o el de grupos clandestinos que parcializan el bien común y lo desagregan.

No obstante, actitudes negativas como las señaladas son frecuentes y en muchos casos aparentemente exitosas, dan dividendos, permiten alcanzar el objetivo inmediato deseado, como puede ser la adhesión de un sector de la ciudadanía o grupo de influencia, socavar la autoridad o deslegitimar las posiciones de un adversario. Y por eso, se entra en una espiral de uso de medios que se justifican por el éxito que acarrean.
Y esto nos lleva finalmente a la tercera cuestión, que Maritain consideraba “el drama que está enfrentando la historia”, y que tiene plena vigencia: la necesidad de una racionalización de la vida política, para lo cual existen dos caminos opuestos e irreconciliables: la “racionalización técnica” o la “racionalización moral” de la acción política. En el primer caso está claro que es el camino más fácil y su fortaleza radica en que proporciona dividendos en el corto plazo ya que sólo remite a la eficiencia práctica de los medios a emplear, independientemente de su valor moral e incluso a despecho del fin último perseguido. Tanto las violaciones a los derechos humanos, como el uso de la mentira o las medias verdades frente a la opinión pública, las denuncias irresponsables, el abuso mediático, la siembra de suspicacias y rumores, como la falta de lealtad básica con el ordenamiento interno de un partido, forman parte de esta racionalidad. Pero esta tiene vida corta, como lo enseña la historia y como lo pronosticaba Maritain, ya que el aparente éxito termina revirtiéndose a la larga y acaba por arrastrar en su caída a los propios protagonistas. En el ámbito mundial, el ejemplo más claro es la caída el imperio soviético, y en nuestro caso lo es la recuperación del valor de la democracia y su consolidación, incluso para quienes en un momento la despreciaron o la destruyeron. Pero el ejemplo más actual es lo que ocurre en varios países de la región, donde los políticos que practicaron la racionalidad técnica han deteriorado de tal modo el sistema, que la ciudadanía, junto con exigir una refundación política hoy los repudia y progresivamente expulsa de la vida pública.Maritain nos convoca a ser coherentes y consecuentes con el reconocimiento básico de los fines esencialmente humanos de la existencia política y de sus raíces más profundas: la justicia, la ley y la mutua amistad. Esto último es la base para que la política no sea, dice, “solamente avaricias, celos, egoísmos, orgullos y supercherías infantiles”, y se pueda mantener la solidez de una relación apropiada entre medios y bien común. A pesar de lo atractiva que resulte la racionalidad técnica, sólo con la racionalidad moral de la política se construyen sociedades fuertes, pacíficas y solidarias. Conviene reflexionar sobre lo que dicho propósito significa, puesto que en el arco político latinoamericano y chileno hay partidos cuyas dirigencias señalan adherir al pensamiento humanista cristiano, y por lo tanto habría que ver cual es el “hecho diferencial” de la propuesta de la DC basada en Maritain.La participación de los cristianos en la sociedad tiene por lo menos dos dimensiones. Hay una dimensión personal, íntima, que se debería traducir en un testimonio permanente a través del comportamiento frente a los temas y situaciones característicos de la vida social. Es el fundamento de la caridad, de la responsabilidad cívica y del respeto al bien común. La otra, comunitaria, proactiva y militante, es el compromiso con la construcción en el orden temporal de la promesa evangélica de la justicia y la paz a partir de las “implicaciones políticas y sociales del Evangelio que a toda costa han de desarrollarse en la historia”, según las palabras con que Maritain convocaba a los cristianos a la acción política [3].
Estamos hablando, por lo tanto, en este caso, de un compromiso con el cambio del status quo, y no sólo de una vivencia individual del cristianismo. La convocatoria de la DC se ha situado históricamente, en Europa y en Latinoamérica, en esta línea maritainiana, esencialmente transformadora de las estructuras que perpetúan las desigualdades, la inequidad, y amparan formas autoritarias o de intolerancia integrista en la sociedad.
En el mundo occidental se ve cada vez con más frecuencia el divorcio entre los valores cristianos a los que se adhiere en la esfera personal y las conductas sociales y políticas. En América Latina y específicamente en Chile estos valores se suponen parte constitutiva de nuestra propia cultura; nuestras sociedades se declaran y reconocen cristianas. Pero después de algunas décadas y un largo proceso de descomposición y recomposición democrática de nuestros países, y despejada en el mundo la rivalidad teórica y práctica con el comunismo, avanzan con fuerza el pragmatismo y el individualismo, permeando progresivamente todos los sectores sociales de la mano de una mal entendida libertad económica y una modernidad materialista, que aprovecha los espacios que va dejando el repliegue de los valores cristianos a la sola esfera de lo individual promovido al mismo tiempo por partidos de derecha o de izquierda que son funcionales a la sociedad de consumo.
Maritain observaba y reprochaba con vigor en su tiempo estas conductas, cuyas reflexiones son válidas hoy como ayer. Decía, en “La conquista de la libertad” [4]: “La persecución del progreso material ha conducido a la humanidad a cambios extraordinarios -algunos nobles y gloriosos- (pero) lo que ha introducido un principio de muerte en este gran movimiento histórico... es una falsa filosofía de la vida.... es el hecho de que el poder creador del hombre se ha ligado al repudio de sus raíces en la naturaleza, en el espíritu y en Dios”.
En otro momento agrega: “hay para nosotros (como tarea) dos conquistas de la libertad, que corresponden a lo que hay de temporal y a lo que hay de eterno en nosotros, y que deben realizarse juntas. (La libertad interior y espiritual) lejos de cerrarse en una contemplación puramente intelectual que se separe de la acción, por proceder del amor ( debe) abundar en acción y penetrar en las profundidades del mundo.
Dicho en otras palabras: no es aceptable ni contribuye al bien común una incongruencia entre el pensamiento personal y su proyección social y política. Y aquí está el centro de la cuestión: para algunos partidos los valores cristianos a los que se adhiere deben permanecer en el ámbito de lo privado, y a lo sumo su traducción social se debe dar por la vía de la caridad. No deben trascender a la esfera de lo político ni lo económico, que serían dimensiones autónomas. Ello explica, por ejemplo, que se pueda estar privadamente a favor de la vida, y socialmente a favor de la pena de muerte o el aborto. O tener un sentido personal de la piedad, y al mismo tiempo justificar violaciones a los derechos humanos o creer que la pobreza es un problema individual y por lo tanto negar presupuestos públicos o un rol social al Estado. O, por último, que se pueda usar el cohecho como práctica electoral y a la vez condenar la delincuencia.A diferencia de otros partidos que se dicen católicos o cristianos, el socialcristianismo europeo y latinoamericano, y la democracia cristiana chilena, que hoy intenta revitalizarse retomando sus principios, creen precisamente en la necesidad de sacar los valores de la esfera de lo privado, mediante el testimonio, la propuesta y el compromiso, a la esfera de lo público, para contribuir a que la sociedad sea más auténticamente solidaria y democrática, tolerante y plural. Ser cristiano es ser socialmente tolerante, solidario pero también comprometido con la construcción de una sociedad coherente con estos valores.
Como decía Mounier: “Sólo se pide a los cristianos ser auténticos. Esto es, verdaderamente, la revolución”. [5]Si los individuos han internalizado históricamente las nociones de libertad, igualdad, solidaridad, pluralismo, pero éstas permanecen sólo en cuanto protegen la esfera de lo individual, sin trasladarse a la vida social, hay allí una claudicación. Se tornan tolerables las desigualdades, se valida la indiferencia respecto del destino del prójimo, y legitiman las posiciones que a pretexto de lo “práctico”, de lo “oportuno”, o de lo inmediatamente rentable, sacrifican una línea de conducta centrada en el interés comunitario.Las implicaciones de una dualidad valórica personal-social son graves, especialmente en la acción política. En la historia siempre que se olvidaron los fundamentos y se perdió la consistencia se originaron guerras, miseria, apartheid, torturas y dictaduras. Asimismo, se produce una fuerte identificación del progreso humano sólo con la posesión de bienes o los avances tecnológicos, sin un correlato en los valores a través de la educación, confundiéndola, por lo demás, con una capacitación para producir y no para convivir.Un caso concreto: se sacrifica la educación cívica, y a lo largo de dos décadas se minimiza el valor de las instituciones democráticas porque se carece socialmente de una comprensión sistémica de su importancia y sólo se la contrasta con su capacidad para garantizar bienes materiales y no con el avance de las libertades.
El presidente de la DC chilena declara a sus militantes que “El objetivo de un partido político es encarnar una idea y concretarla, sus miembros luchan por acceder al poder para construir el proyecto de sociedad que los anima. Eso legitima la acción política y es esencial no perderlo nunca de vista, sobre todo en nuestro Partido basado en los valores del humanismo cristiano” [6]. Quiere con ello dejar claro que no es lo mismo tomar decisiones de gobierno o elaborar las leyes según se haga desde un contexto valórico individualista que desde uno comunitario, y que las conductas políticas de candidatos que ocultan su militancia, ofrecen imposibles, practican las medias verdades que son medias mentiras, y que imponen en las relaciones políticas el maltrato a la persona, patentizan la pérdida de relación directa entre política y ética, entre pensamiento y acción que el humanismo cristiano introdujo, y desacreditan la política como arte de gobernar para el bien común.
¿Qué se requiere para revertir esta situación? Dice Maritain: “convicción de que el trabajo político por excelencia es el de convertir la vida diaria en una vida mejor y más fraterna, y el de esforzarse en hacer de la estructura de las leyes, instituciones y costumbres de esa vida diaria, un hogar para ser habitado por los hermanos” [7]. Tenemos ante nosotros un llamado y una tarea: que la política de la democracia cristiana sea lo que Maritain llamaba “fermento de la conciencia secular”, para generar en Chile las condiciones de una transformación social y de una humanización de la economía hacia formas de vida comunitarias, dando para ello testimonio cotidiano de estos principios, generando propuestas y siendo ejemplo público de ello. Ese es claramente el hecho diferencial por el que la sociedad podrá identificarnos nuevamente. En momentos de una esperanzadora renovación iniciada por el PDC, hay que volver a los fundamentos y leer a Maritain: es saludable, fecundo y útil para constatar la actualidad de su pensamiento y convocatoria.
[1] A este respecto, recordemos el constante llamado del Papa Juan Pablo II
[2] Este tema es tratado en profundidad en el artículo de Otto Boye. (N. del E.)
[3] Maritain,Jacques. ”El fermento de la conciencia”, en Revista Política y Espíritu, Chile, 1971
[4] Maritain, Jacques. ”La conquista de la libertad”, ibidem.
[5] Mounier, Emmanuel. “Revolution personnaliste et communitaire”, Francia, 1934
[6] Discurso ante la Junta Nacional del PDC, Santiago, enero 2002
[7] Maritain, Jacques.” El fermento de la conciencia”, ibidem.